El 12 de abril de 1945, Albert Speer, Ministro de armamentos del Tercer Reich,
asistía al concierto de despedida de la filarmónica de Berlín:
el programa presentaba El crepúsculo de los dioses de Richard
Wagner. En sus memorias Speer explica que había elegido esa obra como
epitafio del régimen nazi cuyo derrumbe definitivo era inminente. Pero
no sólo los vencidos sufrieron las consecuencias de la guerra. Europa
entera vivió el impacto de una destrucción sin precedentes.
Ciudades enteras quedaron reducidas a escombros. Los alimentos escaseaban y
las poblaciones se vieron sometidas a planes de racionamiento. La producción
industrial se redujo a un tercio de los niveles anteriores a 1939. Desde el
punto de vista de la política internacional, el hecho más notable
fue el fin del poder de Europa occidental. Por primera vez en muchos siglos,
dice el historiador británico Edward Hallett Carr, Europa no era más
el centro del mundo. Después de 1945, Francia y Gran Bretaña
se volvieron potencias de segundo orden. La guerra había puesto en evidencia
sus debilidades: Francia no pudo detener a Alemania en 1940 y Gran Bretaña
pagó la resistencia a la ofensiva nazi con la postración de su
economía y una deuda externa abrumadora. Ese hecho estimuló el
desarrollo del nacionalismo en los territorios de sus respectivos imperios.
También fueron profundos los efectos demográficos: la participación de Europa en la población total del mundo había comenzado a descender desde la década de 1920 tal como lo revela el cuadro elaborado por el historiador Geoffrey Barraclough pero la guerra profundizó esa tendencia. El total de pérdidas en vidas humanas se ha estimado entre los 40 y los 50 millones. El cine y la literatura de la época dejaron el testimonio de la nueva pobreza que acompañó al advenimiento de la paz. Los países emprendieron la reconstrucción desde bases diferentes: en Gran Bretaña, en julio de 1945 las elecciones dieron el triunfo al partido laborista el cual impulsó un nuevo modelo de Estado, el Estado de Bienestar, con un triple programa de pleno empleo, sistema nacional de salud y subsidios a los alimentos. En los países escandinavos, las elecciones del período 1945-1949 consagraron el triunfo de la corriente laborista y social-demócrata y con ello, la consolidación de ese modelo estatal tan ligado al crecimiento de Europa en los siguientes cincuenta años.