Podemos distinguir dos fases separadas por un evento crucial: el ataque a EEUU el 11 de septiembre de 2001.
La multipolaridad económica que se afirmaba desde los ochenta, con el sistema trilateral (USA, UE, Japón) continuó desarrollándose en los 90 con el surgimiento de nuevos centros de poder identificados con Estados de tipo continental, China e India y varias potencias regionales, Brasil en Sudamérica, Sudáfrica en África. Esta multipolaridad económica coexistió con la unipolaridad militar de los EEUU.
Entre 1991 y 2001, el mundo vivió un ciclo de paz, alterado por algunos conflictos violentos localizados, la expansión del modelo de economía de mercado y de un nuevo credo que sostenía, al igual que los liberales del siglo XIX, que el libre comercio traería no sólo la prosperidad general sino la paz. Hacia el final del siglo, sin embargo, apareció con fuerza un pensamiento crítico sobre los resultados de las reformas neoliberales. El aumento de la pobreza y de la concentración de la riqueza, los nuevos fenómenos de la relocalización de las industrias y el consiguiente crecimiento del desempleo en muchos países, pasaron a ser tema de debates académicos y políticos. Nada describe mejor el nuevo estado de los espíritus en la época del cambio de milenio que el título del libro de Joseph Stiglitz, “Malestar en la Globalización.”
En las relaciones internacionales hubo un retorno a las clásicas políticas
de equilibrio y de balanza de poder y un deterioro progresivo de la organización
de Naciones Unidas, cuya reforma comenzó a ser reclamada con insistencia.
La retirada soviética fue seguida de la reducción del gasto en
armamentos. Algunos analistas aportaron nuevas visiones sobre el pasado de
la guerra fría: Strobe Talbott, ex-asesor de la Casa Blanca en seguridad
internacional, en un artículo publicado en la revista Time en enero
de 1990, “Rethinking the Red Menace” terminó reivindicando
a las palomas del tiempo de posguerra como Wallace: aquellos que nunca creyeron
que la URSS era una amenaza.
A su vez, Mikhail Gorbachov en su discurso ante el Consejo de Europa en 1989
hizo un llamado para la creación de una Casa Común Europea y
proclamó que la OTAN se había vuelto obsoleta.
Por otra parte, EEUU emergía como el único poder militar y no
aceptaba el desmonte de la pieza central del orden surgido de 1945: la alianza
atlántica. Por el contrario, sus expectativas eran las de impulsar una
ampliación integrando a los países de Europa Oriental recién
desprendidos del campo socialista con la extinción del Pacto de Varsovia.
De esta manera, una estructura de la guerra fría sobrevivió al
fin de ésta. El vacío estratégico que siguió al
hundimiento de la URSS y la disolución del Pacto de Varsovia fue resuelto
por los países de Europa Oriental con su solicitud de ingreso a la OTAN:
Hungría y Checoslovaquia fueron las primeras en plantearlo seguidas
después por Polonia y Bulgaria. Este proceso culmina en la cumbre de
la OTAN en mayo de 2004, con la asociación de Rusia a la alianza atlántica
ampliada con la incorporación de las repúblicas del antiguo campo
socialista.