El período iniciado en 1991 dio lugar a una vasta producción desde la historia y desde las restantes ciencias sociales así como a reflexiones sobre el sentido de la historia. Francis Fukuyama, en un libro que se volvió el bestseller del momento, anunció el fin de la historia y esta obra suscitó de inmediato múltiples respuestas de los historiadores. El proclamado fin de las ideologías ocultaba la realidad de que era en sí mismo una ideología nueva con pretensiones de pensamiento único.
En otro sentido, también ese momento se caracterizó por reflexiones sobre el proceso de las relaciones internacionales y particularmente, un debate sobre el destino de los imperios. El factor detonante fue el libro de Paul Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers: Economic Change and Military Conflict, from 1500 to 2000. Retomando una tradición que había quedado abandonada tras la publicación del libro de Oswald Spengler, y la idea del cambio cíclico, varios autores se enfrascaron en una discusión sobre los factores de decadencia de los imperios y sobre escenarios futuros. Fundamentalmente, se concentraban en el posible desarrollo del único poder sobreviviente del orden bipolar de 1945, los EEUU. Muchos creyeron descubrir síntomas de próxima decadencia en varios signos de orden económico: tasas de productividad en baja, mediocridad del sistema educativo, pérdida de liderazgo en sectores de punta con respecto de otros países. Otros sintieron alarma por el desarrollo vertiginoso de Japón y anunciaron como un hecho inevitable la sustitución de una pax americana por una pax nipponica. El análisis histórico de Kennedy es clásico y realista: asocia poderío internacional en relación directa con la salud económica de un país y se fundamentaba en un razonamiento por analogía con la declinación del imperio británico, en particular su causalidad en la sobre-expansión imperial. Este autor encontraba que los EEUU estaban experimentando el mismo proceso que llevó al Reino Unido a perder su Imperio: un aumento impresionante en sus compromisos estratégicos en momentos en que su participación en la producción industrial del mundo estaba en constante reducción, un crecimiento del gasto militar simultáneo a un descenso en el porcentaje dedicado a la investigación. Este análisis se nutría de las obras de otros historiadores, en particular el grupo de Cambridge y de la obra del historiador alemán Ludwig Dehio, quien demostraba cómo los intentos de hegemonía en la historia europea habían sido siempre precarios a causa de la formación de coaliciones contra el hegemón de turno. Otros trabajos insistieron en la decadencia económica y tecnológica. En todos ellos, la referencia al potencial japonés era central.
De hecho el fin de la guerra fría vio pasar a los Estados Unidos de la posición de acreedor mundial a la de gran deudor, frente a un Japón que poseía una porción sustancial de los bonos emitidos por el Tesoro de EEUU. Pero los temores por un posible ascenso imperial de Japón se revelaron infundados y como muy graciosamente lo aclaró un primer ministro japonés, Japón no tenía interés en asumir la presidencia del mundo: al máximo, podría aspirar a la vicepresidencia.
El mejor exponente de la crítica a la literatura declinista fue Joseph
Nye, en su obra Bound To Lead. Su argumento discute las afirmaciones básicas
de la literatura declinista pues considera que fue el reequilibrio de la economía
mundial, con la recuperación de Europa como centro económico
al comienzo de los 70s, el hecho central: no fue que EEUU iniciara una era
de decadencia sino que Europa recuperó su antiguo rol en la economía
mundial. En cuanto al descenso de la producción industrial, según
Nye, ello estuvo ligado a un proceso de reestructura y cambio tecnológico,
con la descentralización territorial de los procesos productivos.