4 - Carl Schmitt, la relación “amigo-enemigo” y
la “teoría del partisano”
Schmitt plantea tres aspectos útiles para analizar el caso uruguayo:
A) La política definida como distinción amigo-enemigo. Así como en la moral funciona la contraposición entre lo bueno y lo malo, en la política, la antítesis que no es reductible a ninguna otra es la de amigo-enemigo. Dice Schmitt que el significado de esa distinción es el de indicar “el extremo grado de intensidad de una unión o de una separación”. Ese enemigo es “el otro”, o “extranjero”, un ser distinto a un “nosotros”, a una nacionalidad o idiosincrasia. Esto marca la intensidad del conflicto entablado, que se plantea en un nivel existencial: esos “extranjeros” o “enemigos” niegan el modo propio de existir de un “nosotros” (bien nacidos, orientales, patriotas). Por tanto, no pueden ser “integrados” o “ganados” para la comunidad. Hay que eliminarlos físicamente o dominar su voluntad de resistencia.
B) La teoría del partisano. Mucho antes que los teóricos franceses de la guerra de Argelia o los teóricos norteamericanos de la Doctrina de la Seguridad Nacional, Schmitt plantea los desafíos que suponen a las fuerzas armadas estatales el enfrentamiento a combatientes irregulares (partisanos), que no portan armas a la vista ni uniforme, y se “mimetizan” con la población. Esto, para Schmitt, diseña un tipo de enfrentamiento “no convencional”, una guerra que no es entre-Estados sino intra-estatal, y que el Estado declara a sectores o grupos de conciudadanos. Los enemigos, sin embargo, no serán reconocidos como combatientes sino como “delincuentes comúnes”. En el caso de nuestro país, esta lógica estatal será definida como “guerra interna” y, legislativamente, se plasmará en la ley de Seguridad y del orden interno del Estado, votada por el Parlamento en 1972, antes del golpe de Estado y la dictadura.
C) El tercer concepto de Schmitt que quiero rescatar es el de la guerra total. El enfrentamiento estatal a los partisanos es absoluto, se despliega en todos los campos, también en el de las ideas, en el de los valores y en el de las conciencias. Por eso es que el Estado justifica el combate al partisano “armado” (MLN, OPR “33”) y luego al partisano “ideológico” (los presos de conciencia o ideológicos, comunistas y otros), y a los liberales que “le hacen el juego”, independientemente de que exista resistencia armada o combates reales. Y, en la dinámica de este proceso, las propias fuerzas armadas se “partinizan”, es decir, asumen las lógicas de los “enemigos irregulares” para enfrentarlos en su propio terreno (la clandestinidad, la compartimentación, no usar armas ni distintivos a la vista, el proceder nocturno, etc.), borrando no sólo los límites legales sino morales, en el pasaje de la “guerra interna” a la “guerra sucia”.