El período posterior al 11 de septiembre de 2001 estuvo caracterizado
por la reversión de varias de las tendencias anotadas anteriormente:
la “guerra infinita” surgió como la respuesta a un problema
nuevo, nunca visto antes: la vulnerabilidad de los EEUU, un hecho que desmentía
las profecías del primer presidente quien en su discurso de despedida
había sostenido que EEUU estaba protegido en forma natural de la agresión
externa.
El rearme (que en realidad había comenzado en 1999) se aceleró y adoptó proporciones inusitadas a partir del ataque terrorista. Nuevas formas de armamento adquirieron una importancia nunca vista antes: las armas químicas y bacteriológica con su potencial de destrucción masivo acrecentaron el clima de terror entre la población civil. El unilateralismo más rampante se impuso sobre el multilateralismo y Naciones Unidas fue una víctima adicional del proceso que se desencadenó desde 2001. Hubo un retorno del discurso moralista con invocaciones a la lucha del Bien contra el Mal y unos países pasaron a integrar un supuesto Eje del Mal.
El combate a un enemigo de base multinacional se encaró con la más clásica concepción de la guerra, el enfrentamiento contra un Estado nacional. Así, la lucha contra la red Al Qaeda, de base transnacional, se orientó en la guerra contra Afganistán en 2001, con el resultado del rápido derrocamiento del régimen talibán que allí gobernaba pero sin resolver el problema de origen, la desarticulación de la red terrorista que ha seguido operando.
El régimen talibán, una fracción islámica ultra integrista impuso su control sobre todo el país en 1998, como resultado de los desarrollos políticos posteriores a la guerra contra la ocupación soviética en Afganistán. A partir de entonces se asentó en ese país un régimen autoritario y de exclusión de las mujeres y de toda forma de diferencia. Su negativa a entregar a Osama Bin Laden fue el origen de la guerra declarada por los Estados Unidos. La ofensiva principal se concentró en el asedio de Tora Bora, supuesto baluarte de la resistencia de Al Qaeda. A la destrucción provocada por los bombardeos le siguió un intenso movimiento de poblaciones que huían de los desastres de la guerra y buscaban refugio.
La derrota del régimen talibán trajo el regreso del estado de cosas anterior, dominado por la intervención de facciones dirigidas por “señores de la guerra”. El poder talibán no se ha extinguido totalmente y subsiste en el sur y en el oriente del país. La estabilidad del régimen político encabezado por el presidente Hamid Karzai depende básicamente del orden que imponen las tropas internacionales que mantienen presencia desde la guerra. Afganistán es hoy un país con importancia estratégica, por su posición geopolítica y por el carácter de zona de tránsito de exportaciones petroleras
La segunda guerra ilustra aún mejor las tendencias del período: la guerra de Irak. La escena del conflicto se trasladó al Medio Oriente, donde ya desde 1996 prueban los documentos que se planeaba una modificación de los equilibrios geopolíticos. Un documento de esa fecha señalaba que el punto de partida para el logro de ese objetivo era el derrocamiento del régimen de Saddam Hussein. El discurso del Estado de la Unión a comienzos de 2002 trajo la novedad del anuncio de un Eje del Mal formado por Irak, Irán y Corea del Norte.
Irak aparecía especialmente señalado por su política de fabricación de armas de destrucción masiva. Aunque desde muchos espacios se formularon dudas sobre esta acusación y las pruebas de existencia de este armamento nunca aparecieron, los preparativos de guerra se desarrollaron a lo largo de 2002. El plan inicial requería legitimación por parte de Naciones Unidas pero en el momento decisivo de la sesión del Consejo de Seguridad no se reunieron los votos necesarios para un proyecto de resolución y un miembro permanente, Francia, anunció que interpondría el veto. De esta manera, se impuso un plan alternativo con la conformación de una coalición de “voluntarios”, una figura nueva en las relaciones internacionales. Un papel importante fue asignado a algunos países árabes con larga relación con Occidente, entre los cuales se destaca Arabia Saudita. En otros países árabes la protesta contra la postura de Estados Unidos se hizo sentir fuertemente así como en las ciudades europeas con grandes comunidades musulmanas.
A pesar de la protesta mundial, con manifestaciones multitudinarias en todos los países, incluyendo los de los aliados en la guerra, los líderes de la coalición, EEUU, Gran Bretaña y España, siguieron adelante con su plan y el ataque sobre Bagdad se inició en marzo de 2003. Un capítulo especial dentro de las inmensas destrucciones provocadas por esta guerra lo constituyen el saqueo del Museo de Bagdad donde se perdieron para siempre muchos de los testimonios más antiguos de la escritura y las matemáticas de la civilización sumeria y los daños causados en las ruinas de Babilonia, convertida en centro de acantonamiento de tropas. Este encuentro brutal de la historia reciente con la más antigua ha sido uno de los resultados visibles de la guerra de Irak.
El derrumbe del régimen de Saddam Hussein fue rápido y fácil pero en cambio la posguerra resultó una pesadilla para los vencedores. Muy poco después de finalizadas las hostilidades comenzó la organización de una resistencia multiforme que obedece a distintas orientaciones: miembros del antiguo partido de gobierno Baath, fieles de la corriente Sunnita que había prosperado a la sombra del poder, minorías étnicas y religiosas. La población civil es la víctima principal de un fuego cruzado entre tropas de ocupación, insurgentes de todos los matices, bandas armadas y delincuencia común.
Mientras la reconstrucción prometida no llega y regiones enteras del país carecen todavía de servicios básicos, la reorganización institucional avanzó lentamente hacia la constitución de un Estado con equilibrio entre tres unidades principales: kurdos, sunnitas y shiítas. Los primeros tienen una base regional, al norte del país, y los segundos se encuentran en todo el territorio pero tienden a aglutinarse los primeros en el Nor-occidente y los segundos en el Sur y en el Este. La nueva Constitución aprobada en 2005 organiza Irak como un estado federal, con amplias autonomías regionales.
Con lazos históricos muy estrechos con el shiismo iraní, los shiítas iraquíes ganaron ampliamente las elecciones y dirigen, en medio de dificultades y contradicciones, el proceso político de su país, mientras los países ocupantes consideran alguna estrategia de salida. Los gobiernos involucrados en la decisión de guerra han debido enfrentar la crítica interna de los actores políticos, organizaciones de la sociedad civil, y de los intelectuales. Para cerrar esta clase, nada mejor que leer un pasaje del último libro de Fukuyama, el autor con quien iniciábamos el tema de hoy. Corresponde a su último libro titulado sugestivamente, After the Neocons. America at the Crossroads.
El ensayista que había proclamado el fin de las ideologías ahora
reclama el retorno del Wilsonianismo y dice entre, otras cosas, que la historia
difícilmente juzgará en forma positiva a quienes tomaron la decisión
de guerra contra Irak.